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iba a permitir que le arrebatase todo por lo que había luchado. No, antes
prefería morir. La mataría si era preciso. Con sus propias manos.
Relatos Cortos
Rojo. La sangre le empañaba la visión. El rastro llegaba hasta el centro de
mando. Debía destruir los archivos de la investigación. Allí le habían pre-
sentado la mayor resistencia, con ametralladoras pesadas y armamento
de asalto. “Pobres e irrelevantes humanos, tan atados a su necedad como
un suicida a un bloque de cemento que le arrastra hacia su inevitable fi-
nal, oscuro, ciego y frío” pensó Ayuki 0. Eliminó sistemáticamente todas
las máquinas que tuvo a su alcance. Su fuerza era mera cuestión de física,
alterando los parámetros de la programación de sus miembros en tiempo
real, consiguiendo un rendimiento extremo en cada caso. Ni una pizca de
energía malgastada, máxima eficiencia.
La mayoría de los científicos había huido, no tanto así Watanabe, que se
escondía bajo una mesa junto a otros dos, protegida de la lluvia de frag-
mentos de metal y cristal que atravesaban el aire junto al humo que surgía
de las llamas de los muchos aparatos cortocircuitados. Ayuki 0 levantó la
mirada del aparato que estaba destruyendo a puñetazos. Barrió la sala
con su visión termográfica. Hubiera querido sonreír cuando descubrió a
Watanabe indefensa.
Lanzó la mesa por los aires. Agarró a Ichijiro Kawemusa por los hombros,
soltero, 45 años, propietario de una franquicia de cafeterías de bajo costo.
Revista PsicoEsfera
Apoyó una mano en su cuello. Presionó sin demasiado esfuerzo. Ichijiro
gritó cuando notó el tormento. Su alarido cedió al mismo tiempo que sus
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fibras musculares, separadas en dos por el cyborg que extrajo la cabeza
del cuerpo y la lanzó como un despojo contra la pared. El cadáver hizo un
sonido similar al de una bola de papel mojado impactando en una super-
ficie. Húmedo y deslizante.
Estaba a punto de alcanzar a Watanabe, que se ahogaba en un mar de
lágrimas y quejidos, cuando un proyectil le rozó el hombro. Ella notó el im-
pacto, sin embargo, sus sensores de dolor estaban apagados. Con curio-
sidad, Ayuki 0 se giró para ver quién había logrado superar sus sensores
de movimiento. En el umbral de la puerta, se alzaba una figura. Su ves-
timenta era una armadura militar de camuflaje último modelo, refuerzos
blindados con metal y Kevlar 5500, cohetes propulsores y otras varias au-
tomatizaciones bélicas. En su mano izquierda sujetaba un impresionante
fusil de asalto.
— ¡Ayuki! ¡Entrégame a Watanabe!— Exigió una voz conocida. — Dé-