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Salvar a Roma Eterna. Salvarlos a todos. Ayuki sostenía frente a su cara
               la llave de Irina, el regalo de las Tierras Libres. Su libertad. Suspendida
               en su escondite mental, estaba a punto de tomar una decisión que podría
    Relatos Cortos
               cambiar el curso de la historia. Al menos, de su pequeña historia familiar,
               llena de traiciones y velos de mentiras. Pero ¿qué sería de ella al terminar
               todo? “Supongo que tendré que averiguarlo” pensó Ayuki 0.


               Introdujo la llave a través de una hendidura abierta en su cabeza virtual.

               Ésta, volcó  la  información  del  exploit que  redujo  el  sistema de  control
               por microcables a polvo digital. Sintió un súbito impacto, como caer en
               un sueño. Cada parte de su sistema vital estaba ahora controlado por su
               propia mente. Las cadenas que la ataban al Centro de Mando habían sido
               cortadas por una cizalla de código binario, haciendo que toda la estructura
               de dominio cayera de igual forma.


               Fue Ayuki 0 quién abrió los ojos en la cápsula.



               Una brecha en la seguridad fue detectada a las 13:13 PM en el sector de
               la mansión correspondiente al laboratorio. El pulso del panel de mando
               cambió de tono al reconocerse tres nuevos fallos en el sistema. Puertas
               abiertas. Guardias armados se dirigieron al lugar para un examen conci-
               so. Minutos más tarde, uno de ellos llamó al Centro de Mando, gritando,
               gimoteando y llorando mientras pedía ayuda. Balbuceaba algo sobre un
               monstruo. Dijo que sus compañeros estaban muertos. Luego la conexión
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               de video se cortó.
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               La alarma general bramaba por los altavoces de la mansión Ogami. Podían
               sentirse violentas explosiones, redobles de armas ligeras. Carreras por los

               estrechos  pasillos medievales, gritos  desesperados. Un  ligero chapoteo
               siguiendo al silencio.


               Dos hombres armados entraron en el despacho de Satomi. Antes era el de
               Kenshiro. Ahora ya no importaba.


               —      Señora, tiene que venir con nosotros, la sacaremos de aquí.
               Satomi les miró. Saltó de la silla y frunció el ceño apoyando las manos

               sobre el escritorio metálico.


               —      ¡¿Qué pasa ahí fuera?!— Gritó enfurecida.


               —      No estamos seguros — Dijo el hombre más bajo. Parecía muy asus-
               tado. — Pero creemos que Ayuki ha logrado burlar el sistema de control
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