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Son dioses y los mortales no tienen derecho a respirar su mismo aire. Y
si a un dios le apetece desahogarse con una mujer, a nadie le concierne.
Kenshiro no era distinto de otros hombres, a veces me golpeaba. Me insul-
Alma Atómica
taba. Una vez me quebró el labio. Pero nunca me encerró.»
Satomi miró directamente a los ojos de Ayuki.
«Tu padre, querida, me humillaba constantemente. Era un sádico asesino
que no dudaba en aplicar la ley de la Yakuza para conseguir sus objetivos.
Mató a un montón de gente para alcanzar el puesto de mando que según
él le correspondía.
Luego llegaste tú. Bueno, primero llegó tu primera versión. Esa versión
murió al poco de nacer en el laboratorio. Nuestro cóctel genético no era
tan bueno como para generar un embrión viable a la primera oportuni-
dad. Después, no conseguimos que tu crecimiento arraigase. Morías una
y otra vez, como si no quisieras vivir, maldita por culpa de nuestros peca-
dos. Creo que eso sucedió unas doce veces, hasta que encontraron una
forma de estabilizar tu ADN. Hubo que formular una medicación especial
para evitar los colapsos orgánicos por los cuales morirías en unas cuantas
ocasiones más. Si, querida. No eres más que otro clon, igual que yo. Uno
especialmente caro, puesto que tuvo que replicarse una y otra vez.
Tras el atentado en el Tokai Zutsu, tu padre quería volver a clonarte. Con-
Revista PsicoEsfera
servar tu versión para estos experimentos del Cyborg y recrearte de nuevo
a partir del momento en el que habías perdido la vida entre los escombros.
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Un ataque de sentimentalismo algo extraño en un pedazo de basura misó-
gina como Kenshiro. Pero yo se lo impedí.»
Llegado ese momento, Satomi se levantó del asiento y se acercó a Ayuki,
que continuaba agachada ante el poder de su madre. Tomó su cara ce-
rámica entre las manos, en un gesto inesperado que dejaba atisbar una
mezcla entre amor fraterno, pena acuciante y desprecio.
«Ayuki, tu perdiste. Te tocaron malas cartas en el juego. Moriste una cantidad
incontable de veces. No podía permitir que el canalla de tu padre siguiera ade-
lante con su plan de desarrollo tecnológico. Tramé su muerte con todo lujo de
detalles. Lo ejecuté con sigilo y me divertí haciéndolo. Durante años, solo fanta-
seé con hacerlo pero tu repentina muerte me hizo tomar una decisión. Porque,
Ayuki, tengo un proyecto que me va a permitir vengarme de todos mis enemi-
gos. De todos aquellos que me insultaron, que me oprimieron, que me hicieron
agacharme ante todos. Algo que me va a asegurar el triunfo sobre ellos.»