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levantó la cara cerámica de Ayuki asiéndola de la barbilla. En su expresión
               se mezclaba la nostalgia con algo similar al cariño materno.

               —      Tu padre no era el hombre que tú creías. — Dijo con suavidad. —
               Al principio yo tampoco podía creerlo. Kenshiro podía ser muy cariñoso,
               encantador. Un pilar fuerte en el que confiar. Pero con los años se confir-
               maron todas mis sospechas. — Satomi soltó la cara de Ayuki y se retiró
               algunos pasos, hasta una butaca cercana. El Cyborg quedó postrado con

               la cara señalando en su dirección.


               “Tú más que nadie merece nuestra ayuda” —Dijo Ira Tereshkova. — “Tu
               lucha es la revolución que estábamos esperando. De tu situación está na-
               ciendo el futuro, se forja ahora mismo, mientras hablamos. Ya nada será
               lo mismo, contigo traes la ruptura del paradigma humano, la conciencia
               del transhumanismo con la que se ha filosofado durante décadas. Eres el
               punto de inflexión histórico. Algo con lo que tenemos que alinearnos, en

               contra de la moral judeocristiana, contra el nuevo capitalismo extremo y
               caníbal que amenaza con devorarnos, el Zaibatsu. Tú, Ayuki, serás la que
               marque la diferencia”.


               Ira se inclinó. Reapareció en el plano llevando un bebé entre sus brazos.


               “Ésta es mi hija. Se llama Roma Eterna. Su vida completa depende de lo
               que estamos haciendo nosotras. De ti depende que pueda tener un pla-
    Revista PsicoEsfera
               neta que habitar, en el que desarrollarse y ser feliz. Depende de nosotras
               que las empresas no le compren sus órganos para sustituirlos por próte-
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               sis clónicas. Que su cuerpo no sea mutilado en ofertas de tiendas y sus
               miembros utilizados para la clonación o licuados para la elaboración de

               materiales inteligentes, ni su vida arrebatada por la codicia de un Zaibatsu
               como el de tu familia. Tiene derecho a respirar aire fresco y a beber agua
               pura, derecho a decidir sobre su vida, a su propio pensamiento… ”


                Ira miró a su hija, una pequeña porción de carne rosada que dormitaba en
               paz. “Ayuki, es nuestro deber preservar la libertad que ahora se te niega.
               Hay que tomar una determinación. Esta es nuestra oportunidad y tú eres
               la más indicada para aprovecharla. Con esto vas a equilibrar la balanza a

               nuestro favor, a señalar el punto en el que venceremos, a ganar tu libertad
               y la de todas las que vengan tras de ti.”


               Ayuki flotaba en la recreación virtual de su consciencia. Su avatar, repre-
               sentado por sus antiguos rostro y cuerpo perdidos, arropado por una gran
               y espaciosa melena negra, creciente, menguante, tenía al alcance la llave
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