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quedaba de él. —Satomi dirigió su mirada al inerte y amorfo
montón de biomateriales que antes constituía su disfraz.
— De Kenshiro ya solo queda eso. Un eco. Un recuerdo de su
figura, resonando en los oídos de la junta directiva. Una imagen
a la que alabar cuando se vislumbra a lo lejos.
Ayuki quedó perpleja.
— ¿Qué quieres decir? — Dijo Ayuki, aunque temió adivinar
la respuesta de su madre.
— Querida… yo maté a tu padre — Musitó Satomi mientras
sus ojos se llenaban de locura y regocijo. Su satisfacción era
evidente.
Ira Tereshkova dibujó su rostro junto al de Ayuki en el vacío
cibernético de su consciencia, como surgiendo de entre las nu-
bes y enfocándose nítidamente a partir de ellas. Aparecía una
mujer de largo cabello, de facciones redondas que expresaban
benevolencia. Revista PsicoEsfera
“¿Cómo has entrado aquí? Se supone que la cúpula está aislada
para evitar cualquier señal y mi diseño evita que me conecte en
red” Dijo Ayuki 33
“Oh, bueno, digamos que eres una persona muy importante
para nosotros. Tanto que hemos reunido a los mejores guerri-
lleros informáticos para saltarnos el firewall de la KoikoGam y
sortear el Hielo para llegar hasta ti. Soy una representante del
Ejército del Puño Negro. Detrás de mí hay mucha gente traba-
jando duro para mantener esta línea abierta. En muchos casos,
corriendo un gran peligro” explicó Ira.
“¿Qué quieres de mí, Irina?” Dijo Ayuki. “Hasta ahora, nadie ha
querido o ha podido ayudarme. Estoy presa de la organización
de mi madre. Mi padre ha muerto. Asesinado. Era el único que
podría haberme ayudado. Ahora estoy sola, soy propiedad de
la KoikoGam. Harán conmigo lo que quieran. Me estudiarán,
diseccionándome. Hasta el más pequeño pedazo quedará ence-