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Un tono femenino que se modulaba a través de la línea quebra-
                      da de un osciloscopio, tomaba forma en el vacío luminoso en el
                      que Ayuki flotaba.


                      “¿Quién eres?” — Dijo Ayuki con una mezcla de curiosidad y
                      sorpresa.
                      “Me llamo Irina Tereshkova. Estoy emitiendo desde la Confede-
                      ración de Tierras Libres. No te asustes, voy a ayudarte” — Dijo
                      la voz, formando la silueta de una mujer contra el vacío.



                      —      Hola niña. Qué bueno poder hablar por fin… Cara a cara…
                      — La sonrisa de Satomi Ogami se torció en su rostro dándole
                      una expresión sombría y desquiciada.


                      Ayuki contempló la dantesca escena con consternación. Su sos-
                      pecha  había  sido  confirmada,  Satomi  había  suplantado  a  su
                      padre quién sabe desde cuándo. Se descubrió a sí misma con
                      una mano sobre el pecho, en inequívoco gesto humano.



                      Satomi se pasó una mano por el corto pelo negro lleno de visco-
                      sidad, sacudiendo la mano en el suelo a continuación. Era ella,
                      la reina de la KoikoGam. La elegancia de sus largos miembros,
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                      la delicadeza de sus gestos, desvelaba una personalidad sofis-
                      ticada aún cubierta de esa mucosa proveniente de su disfraz
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                      biosintético.


                      —      Una niña muy lista, claro que sí. — dijo Satomi— Tú soli-
                      ta has llegado hasta el centro del laberinto que he construido.
                      Te felicito de nuevo. Disculpa que no me haya podido expresar

                      mejor antes. El dolor de quitarme la piel biosintética me ha he-
                      cho enmudecer por un instante.


                      Satomi clavó sus crueles y pequeños ojos verdes en los contra-
                      rios heterocrómicos de Ayuki.


                      —      ¿Dónde  está mi  padre?  ¿Dónde  está  Kenshiro?  —  Dijo
                      Ayuki casi con desesperación.



                      —      Querida, pero si acabas de estar frente a él. O de lo que
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