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Satomi quedó mirando a Ayuki, adoptando una postura de lejanía y des-
precio.
— No sé qué hago hablando contigo todavía. ¡No eres nada! ¡Guardias,
lleváosla! — Exclamó de pronto.
Watanabe había seguido la escena de cerca. A la orden de Satomi, dos
tipos altos y fornidos entraron en la sala. El cyborg trató de defenderse,
poniéndose en pie, zafándose el brazo del agarre del primer carcelero.
Watanabe ejecutó el comando de sometimiento desde el centro de mando
y Ayuki se desplomó en los brazos de aquellos hombres.
Satomi sonrió desde su trono rojo, mientras sus secuaces sacaban a Ayuki
sin esfuerzo.
Ingrávida, en la camilla que la condujo a la cúpula aislada, Ayuki perma-
necía sumergida en un estado de catalepsia inducida por la programación
ejecutada desde el CDC. Podía sentir los programas que la ataban a la
simulación de consciencia. Casi notaba como pesadas cadenas, largas bri-
das atadas al antifaz que la sometía al mandato de una científica abusiva
y demente que llevaba las riendas del carro que era de su cuerpo ciber-
nético.
En la cúpula, fue colocada como un ser etéreo sobre la camilla basculante
que adoptó una postura horizontal y con un relincho hidráulico, vertical.
Su cuerpo desconectado fue sujeto con correas y acomodado para su al-
macenamiento. La intención de Satomi era dejarla allí por el tiempo que
fuera necesario, como quien guarda unos zapatos en el armario. Algo que
no era nuevo para Ayuki. En ese claustro, Ayuki había reflexionado mu-
chas veces sobre su futuro. A la luz de las confidencias de su madre, debía
de tomar una decisión compleja, que implicaba tantas variantes que su
mente trabajaba extasiada. Dentro de ese espacio, las señales y ondas del
exterior quedaban anuladas, de modo que Ayuki tuvo la oportunidad hace
tiempo de crear un espacio en su consciencia que no pudiera ser escucha-
do por Watanabe y su horda de científicos dementes. Así, la sorpresa para
el cyborg fue notable al escuchar una voz.
Comenzó como algo caótico, la sensación podría recordar a una orquesta
sinfónica afinando antes del concierto. Sin embargo, tras unos segundos
de confusión, una nota quedó clara y repitiéndose, lanzando a continua-
ción un ataque con violines. La sinuosa melodía se aceleraba y curvaba,
formando un conjunto armónico que se completó hasta alcanzar la inter-
pretación de la pieza “Danse Macabre” de Charles Camille Saint-Saëns.
“Hola. ¿Me escuchas?” — Dijo una voz dulce que resonó en su consciencia.