Page 36 - Psicoesfera_Regular8_40
P. 36

Sujetó a Ayuki por los hombros, como si fuera a abrazarla mientras le mi-
               raba a los ojos profundamente. Pero solo la sacudió con fuerza, presa de
               la demencia.


               —      ¡Le maté, le maté, Ayuki! — Siseó entre risotadas. — ¡Maté al viejo
               y fue lo mejor que pudo pasarnos!


               —      Pero… ¿por qué? ¿Por qué lo hiciste? — Ayuki trataba de dar sentido

               a las confesiones de su madre. Pero era incapaz. ¿Qué le estaba pasando
               a su madre? Nunca la había visto en este estado. Una mujer callada, fría
               y calculadora, si, pero razonablemente cuerda. Con su distancia de diva
               venida a menos, sensata, inteligente… había dado paso a este engendro
               de profunda locura.


               Satomi se separó de Ayuki, mirando su cara inexpresiva. Esbozó una son-
               risa torcida por la maldad. En su mirada llameaba la venganza.



               —      Le clavé un cuchillo en el cráneo mientras dormía. El hijo de perra ni
               lo notó. ¡Fue tan liberador! Ojalá hubieras podido sentir lo que yo sentí. Es
               increíble lo que llega a eximir un asesinato. Lo bien que sienta.


               Ayuki no pudo soportarlo más. Intentó llegar hasta Satomi pero no pudo.
               Apenas dio un paso y su cuerpo dejó de obedecerla. Sus rodillas cedieron
               con impotencia ante la furia que experimentaba. Quedó a merced de Sa-
    Revista PsicoEsfera
               tomi, sin poder si quiera rozarla.
    36
               —      Por supuesto, hice que construyeran un androide a su imagen. Con-
               trolado por mí y dirigido por Watanabe. De esto hace algún tiempo, antes

               de empezar a suplantarlo y controlar así toda su red empresarial. — deta-
               lló Satomi, pagada de sí misma.


               —      ¡Por qué lo hiciste!— Gritó Ayuki. Su mente comenzaba a ceder ante
               el estrés de luchar contra la programación que la mantenía encadenada al
               suelo. Pronto se vendría abajo.


               —      Oh, Ayuki… — La cara de Satomi se transformó en algo dulce y pe-

               ligroso. Como la expresión de un reptil venenoso, pareciendo amable ante
               un pequeño mamífero antes de tragárselo de un bocado. — Por qué… por
               qué… querida, tú amabas a tu padre. Creías en él, hasta el punto que nun-
               ca dudaste de su palabra o te cuestionaste sus motivos.


               Satomi avanzó hasta tener a su alcance al Cyborg, se inclinó un poco y
   31   32   33   34   35   36   37   38   39   40   41