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rrado en tarros de laboratorio. No sé si podré ayudarte en algo”
concluyó amargamente.
“Verás, Ayuki. He venido a liberarte. Estamos al corriente de las
injusticias a las que te han sometido. Sabemos de las humilla-
ciones, del sufrimiento que has soportado. Sabemos de tu cau-
tiverio y tu tortura en nombre del Zaibatsu. Queremos ayudarte.
Tu consciencia es algo nuevo, algo revolucionario que debe ser
compartido con el pueblo, con la Humanidad. Desde nuestro
punto de vista, has trascendido al mero conocimiento humano
y dado lugar a algo desconocido.” Ira endureció su rostro. Los
ojos de la comandante del Ejército Negro, curtida en mil batallas
físicas y virtuales, brillaron con fulgor guerrero.
“La represión ejercida contra tu consciencia constituye un ata-
que frontal contra la libertad de los individuos, contra el pensa-
miento divergente y la identidad sexual. Ante la arrogancia del
zaibatsu KoikoGam, los Pueblos Libres no pueden permanecer
impasibles.
”Ira extendió sus manos entre la bruma. Bajo la forma de una Revista PsicoEsfera
llave de cerrojo antiguo envuelta en llamas, se materializó el ex-
ploit destinado a su mente. La liberaría del control de su madre
para siempre.
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Ayuki observó el dispositivo, ardiendo en las manos de Ira y le
miró a los ojos.
“¿Por qué quieres ayudarme?” preguntó.
El holoambiente del salón 18 continuaba reproduciéndose. Los
sonidos eléctricos de la simulación de pájaros se sucedían junto
con el rumor de la proyección virtual. La falsa selva, el río pro-
yectado y los sonidos, se mezclaban en una escena casi estática,
donde lo más real que había eran Ayuki y su madre.
Satomi rió a carcajadas. El placer de enfrentarse a Ayuki con la
verdad desnuda le provocaba una terrible y aterradora hilaridad.
Tanto tiempo de preparación comenzaba a dar sus frutos.
Se levantó y acercó rápidamente al Cyborg, que sintió cómo su
programación se doblegaba ante la proximidad de la señora.