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gica se vio comunicándose, aunque también torpemente, con él. No le conté a
               nadie lo que estaba tramando y de hecho la primera idea que me preocupé en
               dejar grabada en su cabeza fue que solo se comunicara conmigo y que bajo
               ningún concepto lo hiciera con otras personas.


               Entusiasmado, mi cerebro se llenó de ideas y paranoias sobre aquel mono,¿Qué
               más sería capaz de hacer?, ¿Podría aprender a hablar?, ¿Pasaríamos una noche
               fumando y discutiendo sobre temas metafísicos, compartiendo puntos de vista
               de una y otra especie?... era una locura.

               Decidí entonces que era el momento de hacer algo. Aquello era como tener la
               gallina de los huevos de oro y no podía permitir que alguien se entrometiera,
               le cortara el cuello y la echara a la sopa; tenía que mantener a Mikki a mi lado
               a toda costa. En la siguiente sesión matutina de fotos urdí un plan. Tenía que
               sacarlo del zoo. Me propuse realizar un reportaje en el que se vería a Mikki re-
               corriendo con salero la Plaza Roja y alrededores haciendo fotos con su cámara.
               Expondríamos sus fotos en algún sitio y confiando en que llamara la atención
               de la gente, me convertiría en una especie de mecenas o cuidador de Mikki. Así
               se hizo y ya el simple hecho de ver al simio con su cámara a cuestas, paseando
               por el centro y haciendo fotos de prácticamente todo lo que se interponía en su
               camino, dejaba pasmados a los transeúntes.


               El plan marchaba sobre ruedas. Mikki usaba la cámara con cierto criterio artís-
               tico, a diferencia de cualquiera de sus congéneres que seguramente a esas al-
               turas ya habrían lanzado la cámara por los aires y huido despavoridos del flash.
               Sin embargo y en contra de mi pronóstico, pasaron varias semanas hasta que
    Revista PsicoEsfera
               conseguí que una galería quisiera exponer sus fotos.
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               Finalmente se realizó una exposición para fotógrafos noveles y estudiantes en
               una sala cuyo nombre no recuerdo. Uno de los organizadores había visto al in-
               trépido reportero haciendo fotos en el parque y se interesó por su obra. Al resto
               de organizadores les pareció una idea original y pidieron que el fotógrafo y su
               benefactor acudieran. El plan retomaba su marcha así que era hora de echar el
               resto. Le compré a Mikki unos pantalones elegantes y una camisa colorida y nos
               presentamos en el sitio cogidos de la mano.


               La cosa fue bien y los organizadores pidieron que parte de la obra de Mikki se
               quedara, junto a una foto suya portando la cámara. En ese momento decidí
               darle un nombre artístico a mi compañero. Recordé un escritor que había leído
               unos días atrás, Cristopher Marlowe. Así sería, MikkiMarlowe; y así se puso al pie
               de su foto en la pared junto a su obra. Creo que aún hoy aquella galería sigue
               en activo y alberga el retrato de Mikki y una de sus fotos, en la que se ve una
               bandada de palomas despegando del suelo al unísono.


               Desgraciadamente la exposición no obtuvo la repercusión que esperaba y nadie
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