Page 22 - Psicoesfera_Regular8_40
P. 22
gica se vio comunicándose, aunque también torpemente, con él. No le conté a
nadie lo que estaba tramando y de hecho la primera idea que me preocupé en
dejar grabada en su cabeza fue que solo se comunicara conmigo y que bajo
ningún concepto lo hiciera con otras personas.
Entusiasmado, mi cerebro se llenó de ideas y paranoias sobre aquel mono,¿Qué
más sería capaz de hacer?, ¿Podría aprender a hablar?, ¿Pasaríamos una noche
fumando y discutiendo sobre temas metafísicos, compartiendo puntos de vista
de una y otra especie?... era una locura.
Decidí entonces que era el momento de hacer algo. Aquello era como tener la
gallina de los huevos de oro y no podía permitir que alguien se entrometiera,
le cortara el cuello y la echara a la sopa; tenía que mantener a Mikki a mi lado
a toda costa. En la siguiente sesión matutina de fotos urdí un plan. Tenía que
sacarlo del zoo. Me propuse realizar un reportaje en el que se vería a Mikki re-
corriendo con salero la Plaza Roja y alrededores haciendo fotos con su cámara.
Expondríamos sus fotos en algún sitio y confiando en que llamara la atención
de la gente, me convertiría en una especie de mecenas o cuidador de Mikki. Así
se hizo y ya el simple hecho de ver al simio con su cámara a cuestas, paseando
por el centro y haciendo fotos de prácticamente todo lo que se interponía en su
camino, dejaba pasmados a los transeúntes.
El plan marchaba sobre ruedas. Mikki usaba la cámara con cierto criterio artís-
tico, a diferencia de cualquiera de sus congéneres que seguramente a esas al-
turas ya habrían lanzado la cámara por los aires y huido despavoridos del flash.
Sin embargo y en contra de mi pronóstico, pasaron varias semanas hasta que
Revista PsicoEsfera
conseguí que una galería quisiera exponer sus fotos.
22
Finalmente se realizó una exposición para fotógrafos noveles y estudiantes en
una sala cuyo nombre no recuerdo. Uno de los organizadores había visto al in-
trépido reportero haciendo fotos en el parque y se interesó por su obra. Al resto
de organizadores les pareció una idea original y pidieron que el fotógrafo y su
benefactor acudieran. El plan retomaba su marcha así que era hora de echar el
resto. Le compré a Mikki unos pantalones elegantes y una camisa colorida y nos
presentamos en el sitio cogidos de la mano.
La cosa fue bien y los organizadores pidieron que parte de la obra de Mikki se
quedara, junto a una foto suya portando la cámara. En ese momento decidí
darle un nombre artístico a mi compañero. Recordé un escritor que había leído
unos días atrás, Cristopher Marlowe. Así sería, MikkiMarlowe; y así se puso al pie
de su foto en la pared junto a su obra. Creo que aún hoy aquella galería sigue
en activo y alberga el retrato de Mikki y una de sus fotos, en la que se ve una
bandada de palomas despegando del suelo al unísono.
Desgraciadamente la exposición no obtuvo la repercusión que esperaba y nadie