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suyas. Según averiguaría más tarde, empezó a ir por libre, haciendo trabajos y
chanchullos por su cuenta. Ya en aquel entonces era algo mayor, asique a estas
alturas tenía que estar ya decrépito.

Días después, mientras Mikki y yo veíamos películas de artes marciales, el viejo
volvió a llamar, bueno, creo que se llamaba Isidor, pero ni su madre le llamaba
ya así, todos le conocían por diferentes sinónimos de la palabra viejo. Siempre
se había preocupado de mantener su nombre real oculto por el trabajo que le
había ocupado tantos años. Me dijo que quería verme. Se me ocurrió ir con
Mikki para que se conocieran, pero temía la reacción del viejo cuando viera a
un chimpancé con camisa entrando por su puerta; sin embargo su reacción
fue bastante suave. Estaba obcecado en el tema que nos había reunido y no
parecía importarle nada más. Era un auténtico vejestorio pero no era idiota y
comprendió al segundo lo útil que podían ser las habilidades de Mikki en ese tipo
de trabajos. Tras pasar un rato echando un trago y charlando, se puso serio de
repente y comenzó a hablar.

- Odio andarme con rodeos, así que iré al grano –dijo seriamente–. Cada vez
que tengo que tengo que calzarme esos malditos zapatos y salir a menear mi
culo por toda la ciudad maldigo mi estampa, y he pensado que ese mono tuyo
y tú os encarguéis del trabajo de campo mientras yo manejo el tema oficina.

- Comprendo, pero hace años que no sé nada de ti, ¿Por qué ahora, qué ha cambiado? Revista PsicoEsfera

- No ha cambiado nada, recordé que eras un buen chico y se me ocurrió con-
tactar contigo, nada más.

- Genial, ¿vas a ser nuestra secretaria entonces? 25