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Conan le miró con indiferencia.


               —Ya veo, estarás todo el rato callado en plan misterioso.


               —¿Qué quieres? —dijo chocante.


               —Me gustaría saber por qué tienes esa cara de ogro ausente desde que

               me despertaste. Puedes contarme lo que pasó ayer y quizás podamos
               resolver algo—dijo intentando parecer consecuente.


               Conan permaneció en silencio. Se fijó en Barbabar y le daba otra impre-
               sión. Ya no parecía el mendigo lamentable e impertinente al que esa no-
               che salvó de unos nazis, ahora parecía más comprensible y delicado. Le
               entraron ganas de hablar con el:


               —Estoy buscando a alguien.



               —¿A quién? —dijo Barb con el mismo tono.


               Estaban llegando a un paso de peatones y Conan se arrancó a hablar.


               —Mira, atacaron a los míos y sé que…


               Barbabar dejó de prestarle atención y se dio cuenta de que parado en la
               carretera había un Chevrolet gris ceniza con acabado brillante. Dejaba
               pasar a un señor entrado en edad que andaba con muletas. En el interior
               del coche había una tipa de aspecto aristocrático y semblante satisfecho.

               «Ya hizo su buena acción del día. Podrá volver a su oficina a mangonear
               a sus empleados, pedir que un becario se agache bajo su mesa. La vida
               le dio ese regalo» pensó Barb rabioso. Se comenzó a fijar en el anciano,
               y las muletas eran algo extrañas. Conforme se iban acercando, el viejo
               no era tan viejo, y las muletas parecían propios apéndices de su cuerpo.
               «¡Noca!» una voz omnisciente atravesó su cerebro y su alma introducien-
               do ese nombre para la eternidad, en sus pesadillas.


               Se quedó paralizado mientras observaba. La galbana de esa escena des-

               aparecía cuando el apéndice izquierdo del señor no tan mayor se alzó
               amenazante hacia arriba, y al final de la extremidad se advertía una te-
               naza de crustáceo. Mientras el otro brazo agarró con la pinza el postigo
               derecho de la puerta haciendo quebrar la ventana. La mujer aceleró en un
               acto reflejo y el Noca clavó el brazo libre en el capó, paralizando el cuadro
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