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Comenzó a andar. Ann prendió su pipa
y le siguió después de dar una larga
calada.
Bai fue rodeando la poza, atravesó
unos arbustos y siguió un camino es-
trecho de piedras y tierra hasta que lle-
garon a una gran roca irregular. Agarró
unas muescas que había en ella y esti-
ró, abriendo una puerta que por dentro
era totalmente de madera. Detrás de la
puerta había un pasillo donde se veía
otra puerta con cuatro cristales mate,
de donde salía una luz muy hogareña.
—Adelante—hizo un cordial gesto
para que entrase.
Ann entró decidida. Estaba en el co-
rredor. A la izquierda había una sala
con una cocina. Siguió por el pasillo
hasta la puerta con ventanas opacas.
Abrió. Una fumarada escapó de la ha-
bitación. Entró y vio una gran estancia
bien amueblada. A la derecha pegada
a la pared una estantería con libros, en
frente unos sofás, una mesa y un rin-
cón con una salida de humo cerrada,
a la izquierda una especie de laborato-
rio que emanaba esas cantidades de
humo y detrás dos habitaciones más.
Justo en el centro había una persona.
Era robusta y de estatura media. Tenía
el pelo rapado.
Se giró.
Entonces pasó Bai: