Un relato de Benjamin Kosmo con ilustraciones de Alex Ferri
Cuentan las historias que Yelena Ronin no fue la primera en utilizar la técnica de La Caída. Que esta era una estrategia utilizada en las primeras exploraciones del espacio profundo, por aquellos pilotos pioneros desesperados por la locura.
Es imposible saber por qué su relato ha trascendido al tiempo, llegando a ser una leyenda transmitida en el acervo de los seres humanos, contada en miles de lenguas y distribuida en ésta y muchas otras galaxias. Tampoco conocemos su origen, pues, como podrán comprobar a continuación, es difícil saber cómo trascendió la experiencia hasta nosotros.
Ocurrió durante la Tercera Guerra contra el Imperio Nection. Yelena Ronin y su escuadrón fueron sorprendidos durante una escaramuza a las lunas de Alfa Centa, por un grupo de cazas enemigos. Las cinco naves iniciaron maniobras de evasión a la vez que repelían el ataque. El poder ofensivo de las rápidas vainas nection superaba con creces la potencia de fuego del equipo contrario, que trataban de superar las descargas láser con pericia a los controles, algo en lo que Ronin era experta.
El imperio trataba de apoderarse de Alfa Centa, estableciendo una de sus bases en su luna para atacar el planeta y esclavizar a su población en la construcción de sus temibles naves espaciales. Los enormes y funestos transportes nection, con capacidad para albergar mundos, requerían mano de obra especializada en ingeniería genética, así como la mayor cantidad de sirvientes con consciencia que pudieran robar y secuestrar.
La batalla se recrudeció. Los cazas nection consiguieron derribar varias naves piratas, que explotaron en el silencio del espacio, reducidas a polvo estelar. Solo quedaban dos cazas piratas, Ronin y su reciente compañero de aventuras, Pitt Moses.
Pitt gritaba por el intercomunicador exclamaciones que habrían puesto los pelos de punta a un gladiador del Sistema Itzkel. “Es joven” pensó Yelena con la veteranía de una guerrera que había combatido en cientos de contiendas. Había corrido mucho desde que abandonó su planeta natal a bordo de una nave pirata para conocer nuevos lugares. Siempre había querido viajar entre las estrellas, desde que era una niña. A la tripulación del Égloga le cayó en gracia la joven Yelena, que pudo aprender las argucias de la vida en un crucero errante, cuya tripulación participaba como mercenaria de armadas más grandes. Combatió en Rigel 31, cruzó la velocidad de ruta subcurvativa por primera vez a la altura del vigésimo cuarto cuadrante del Cinturón de Orión. En cada una de esas ocasiones y en muchas más, los piratas grabaron dibujos imborrables en la piel de Ronin, como medallas incrustadas en la piel en relieves solo posibles con instrumentos de alta precisión.
Las cuatro unidades nection restantes iniciaron una formación en triángulo para lanzar el golpe de gracia. Yelena Ronin advirtió la jugada y no se lo pensó mucho, adelantándose en un movimiento elíptico para atacar la retaguardia del enemigo. Moses, al ver el giro de Ronin por su pantalla, entendió que debía imitarlo. Por desgracia, su audacia a los mandos no era suficiente para igualar la técnica de la maestra y partió por la mitad su impulsor principal, quedando a merced de los Nection.
Ronin era de actuar más que de pensar. Así había conseguido escapar de la esclavitud nection, cuando, meses tras su partida, sus tropas arrasaron su planeta y sometieron a los supervivientes. Así fue cómo rescató a ciento cincuenta humanos de su confinamiento al servicio de los genocidas galácticos. Tantas vivencias, tantas historias, tanto amor que recibió y que dio… Ya era hora del último esfuerzo, tras una vida entera dedicada a detener el hambre de destrucción del Imperio. Momento de entregar a esos bastardos al CAOS.
La piloto tiró de su control de mandos. La nave viró sobre sí misma a toda velocidad sobre los cazas rivales, descargando sus últimos torpedos protónicos. Los ingenios salieron de sus exiguas toberas, alcanzando a dos de los Nectian. Los otros dos, abriendo su formación para repeler su ataque, fueron alcanzados en los flancos por los cañones de Ronin, que vomitaban fuego sin parar.
“¡Lo conseguiste Yelena!¡Nos has salvado!” aulló Moses lleno de júbilo.
De ninguna manera, pensó Ronin.
“Pitt, quiero que me escuches con mucha atención. He tenido que desconectar la computadora central para que me dejase operar manualmente”.
“¿Por qué has hecho eso? Sin la computadora central, los cálculos de navegación…”
“Si… serán erróneos y eso puede resultar en un rumbo errático de colisión. Lo sé”. Ronin miró los indicadores en rojo que pitaban desde hacía un rato. “Me alcanzaron en el transformador cuántico durante los últimos disparos. No lo iba a lograr de todas formas, así que no te tortures”.
“¿Qué quieres decir con eso? ¡Yelena!” preguntó Moses. En su interior, conocía la respuesta amarga y terrible.
Ronin suspiró. Desconectó los pitidos y estabilizó la nave lo que pudo. Echó un vistazo a los monitores y reconectó la computadora, aunque sabía perfectamente lo que le iba a comunicar, después de trazar el rumbo. En aquel momento, la astronave estaba atrapada en el campo gravitatorio de Mu. Una alarma zumbó, confirmando la computadora los temores de Ronin.
“Bueno Pitt Moses, ha sido una putada conocerte” dijo Yelena, tosiendo una risa seca.
“¡No! Tienes que aguantar… algo habrá que podamos hacer”. Moses aporreó el panel de mandos, apagado tras prenderse fuego el cuadro eléctrico. Su computadora estaba frita, el sistema de soporte vital funcionaba a duras penas. Le quedaba mucho trabajo mecánico y electrónico antes de que esa chatarra volviera a servir de algo.
En la nave de Ronin, las cosas no iban mejor. Su reserva de oxígeno funcionaba, así como la electricidad, pero su motor cuántico estaba afectado y necesitaría un milagro para escapar del campo gravitatorio. Conocía esas trampas, había visto muchas veces a compañeros cayendo. No era una muerte agradable. Dicen que cuando te desintegras, puedes sentir cómo tus moléculas explotan una a una. El olor de tu propia carne, reducida a cenizas subatómicas. La idea le aterrorizó. Intentó manipular sus instrumentos, valoró reparar la electrónica quemada. La computadora calculó una hora para el impacto contra la atmósfera. Tendría suerte si se ahogaba en el vacío y quedaba congelada a la deriva. Puede que el impacto la matase directamente. Ronin arrugó la frente. No pensaba quedarse a ver el final.
“No hay nada que pueda hacerse. Impactaré en una hora contra Mu”, Ronin revisó los cálculos. “Tienes suerte, si mandamos un mensaje, puede que alguien venga a por ti y te rescate. Mi transpondedor subespacial se quemó, tendrás que utilizar el tuyo”.
Moses le dijo que el suyo también estaba inutilizado pero que era lo primero que se había puesto a arreglar. No le dijo que al menos tardaría cinco horas en repararlo.
“Te has quedado callado, Moses. Supongo que has visto que no puedes arreglarlo a tiempo, ¿verdad?”.
“¡Lo intentaré, debes aguantar Yelena!” dijo Moses mientras evaluaba los materiales que necesitaba a toda prisa.
“Mira Pitt, debes centrarte en ti mismo. Creo que lo tengo todo perdido… pero tengo un plan que no te he contado. Mi misión ha terminado, por fin voy a echarme una siesta” dijo Ronin con cierto deje de alivio.
Moses no entendió lo que Ronin quería decir hasta que ésta habló por última vez. “Buenas noches, Pitt Moses. Nos veremos en otra vida”.
Ronin cerró el intercomunicador. A su espalda, accionó un panel oculto en la pared de la máquina. Éste reveló un módulo médico de neurocirugía, un ingenio para acceder a las zonas subconscientes del cerebro y así sanar las lesiones mentales de supervivientes cuyas dolencias hacían intolerables sus vidas. Esta tecnología permitía al usuario introducirse en su propio espacio onírico, es decir, en sus propios sueños como un personaje más, protagonista o secundario. Con unas pequeñas modificaciones, podía programar secuencias de entornos y personajes, elaborar historias y vivirlas de forma real a su percepción. Los pilotos pioneros llevaban este tipo de equipamiento a bordo, fueron ellos los que elaboraron la técnica de modificación y el uso de estos módulos, en momentos de extrema desesperación, como alternativa al hipersueño criogénico. También descubrieron que el tiempo dentro del espacio onírico transcurre con mayor lentitud. Esa sensación se duplicaba a medida que se avanzaba en el abismo del intelecto, lográndose una ampliación exponencial del lapso. En pocas palabras, lograron que un segundo durase una vida en sus sueños. Y gracias a sus chipeos, se podía elegir vivir la vida que se quisiera. Ronin por fin sería libre para continuar con sus aventuras.
La técnica tenía varios problemas. Regresar de ese estado era complicado, la personalidad tendía a romperse. Las complicaciones podían resultar terribles pero la vuelta no era algo que preocupara a Ronin. Tampoco le importaba un comino lo que pudieran pensar cuatro viejos puristas, que pudieran considerar que éste era un truco barato para cobardes que huían de la realidad
Otro problema era que, debido al reseteo de la máquina al final de cada ciclo, nunca tendría el recuerdo de su vida anterior. Cada vez sería una vida distinta, vivida en unos pocos segundos, mientras su nave herida se precipitaba en llamas hacia Mu.
Se tumbó sobre la plataforma trasera y conectó los electrodos del aparato. Respiró profundamente. ¿Cuántas vidas le daría tiempo a vivir?