Un relato escrito e ilustrado por La Chicharrita
Invierno. 8 30 de la mañana.
—Joder que frío.
Estoy en la otra punta de Madrid y encima he tenido que sacar el abono de todo el mes, porque una vez registrado ya no puedes cambiarlo. Nunca.
Pero lo que más me jode, a parte de esos veinte euros, es que está a punto de dejar de ser tarifa joven, como yo.
—Bueno tranquila, es solo un tiempo— Me digo mientras se abren las puertas del tren.
—Un método para conseguir dinero—Pienso.
—…No es una derrota—Ando.
—…Ni es para siempre… —Concluyo.
Currículo en mano me dirijo hacia una empresa de trabajo temporal. He pensado que mientras me sale algo de “lo mío” puedo ir consiguiendo un poco de dinero en algo fácil, fácil pero que no sea cara al público que la gente es estúpida. Algo de almacén, que no hable con nadie y a ser posible a media jornada para poder seguir dibujando.
—Es aquí— En lo que tardo en encontrar el timbre la puerta se abre.
—Bienvenida—Pronuncia una mujer tras el umbral.
—Hola…—Le contesto.
—Pasa, pasa— Insiste con las manos tras la espalda.
Y quitándome el abrigo entro allí sorprendida de no haber recibido un garrotazo en la nuca.
La asistente temporal de la empresa de trabajo temporal sonríe.
Que de dientes.
Parece agradable pero tiene una herida en la mitad del labio inferior que está a punto de abrirse.
—Siéntate.
Me siento.
—Estás aquí porque tenemos una vacante.
Sonríe y la herida ensancha.
— Se trata de una gran oportunidad, un puesto como mozo de almacén en una fábrica a las afueras.
La herida…
—La fábrica es de productos cárnicos—Continúa.
La herida está a punto de abrirse.
—Vale— Susurro. ¿Acaso hay algo más aguerrido que trabajar en una fábrica?
Esa herida…
—Son 14 horas de lunes a domingo
Se va a abrir…
—Descanso de 5 minutos—Continúa regalando.
Se abre…
—El contrato es para siempre, — carraspea— digo, indefinido.
Se abrió
—Vale— contesto, preguntándome si no advierte estar sangrando.
—Bien, una firma y todo estará hecho—Vuelve a sonreír. Para esta vez, la sangre ya había alcanzado los dientes.
—Firma aquí.
No fue el hecho de que aquella mujer pareciera un gran blanco después de haber devorado un buzo lo que detuvo mi mano antes de firmar, fue un sonido más allá.
En otra mesa detrás de mí, un hombre trataba de coger el cheque del mes.
Era su codo lo que crujía.
Vertido sobre la mesa como una masa nudosa de cartílagos y huesos, aquel hombre ofrecía un terrible espectáculo de cómo sus dedos congestionados de venas duras trataban de alcanzar el premio.
— ¿Vas a firmar o qué? — Irrumpió la mujer con la herida totalmente abierta.
—Sí, sí.
Esa herida…
Firmo. Si no, habré malgastado el abono de todo el mes.